"Ser feliz" por sobre "tener la razón"

 




Querer tener  "la razón" nos lleva a las expectativas. Por tanto, vivir en  la queja de lo que debería haber sido y bajo las exigencias que propone  el  "deber ser"  se vuelve  una dinámica casi ineludible.  Por supuesto,  la felicidad no escapa de esta dinámica, y desde esta tesitura seremos felices, siempre y cuando la realidad responda estrictamente a nuestras razón. Entrando en una batalla cuerpo a cuerpo con vida, lo cual es agotador y nos garantiza de movida ser infelices la mayor parte del tiempo.

Entonces…¿Cómo ser feliz? Ante todo, tomando conciencia de que nuestros juicios se fundamentan en nuestras creencias y que estas, en varias ocasiones, nos condicionan. Si bien es necesario integrar las mismas durante la niñez para poder, en una primera instancia,  integrarnos al clan y, posteriormente, a la sociedad; ya en la adultez encontrar nuestra propia definición de felicidad, tiene por preámbulo cuestionarlas.

Como muchos animales, el  ser humano nace lejos de poder de valerse por sí mismo, entonces, necesita pertenecer al clan para sobrevivir. Pero nuestra manada es mucho más compleja que la de cualquier otra especie, por tanto,  la autosuficiencia que en otros animales se gestiona en cuestión de días, en el ser humano lleva años. (Hoy por hoy, se habla de una adolescencia extendida hasta la tercer década).  Así mismo, para nosotros, autosuficiencia no es sinónimo de libertad. Todos esos códices que hemos internalizado en el seno del clan de manera inconsciente no siempre tienen por finalidad la independencia, sino todo lo contrario. 

Si nuestra mamá se percibió limitada por ser "solamente" ama de casa y depender económicamente del los ingresos que producía su pareja, se puede convertir en moraleja familiar que, "si dependés económicamente de tu pareja, perdés autonomía". Cuando las normas implantadas suscitan "vacíos legales", que no contemplan todas las realidades posibles, aparece la contradicción y la infelicidad. Yo he acompañado, al menos a dos consultantes que sostenían esta creencia cuando tenían esposos generosos, con sueldos astronómicos, que les pagaban regios sueldos por cuidar de sus hijos y hacer los quehaceres hogareños. Ellas querían estar en sus casas y resaltaban el hecho de que contaban con su dinero, pero así y todo, no trabajar fuera era motivo de infelicidad. Cuando NO lleno el molde tal y como fue estipulado, de mínima, encontrar la plenitud exigirá un replanteo, pero de máxima, puedo perderme la oportunidad de estar siendo libre y feliz dentro de las oportunidades de la vivencia. 

Si pensamos en un pichón de paloma, el periodo de adaptación es mucho más corto; al poco tiempo de nacido su madre lo alienta a volar y a conseguir su propio sustento. Pero para nuestra especie sobrevivir, además demanda interiorizar los códigos explícitos e implícitos que regulan, no solo nuestro núcleo primario, sino que además la sociedad a la cual nuestra familia pertenece, (también con vistas a sobrevivir como tal). No solo aprendemos a no tocar cosas calientes, a no cruzar semáforos en rojo, sino que además, asimilamos un sinfín de narrativas sociales y familiares que encierran una “moraleja”, enseñanzas extraídas por los personajes familiares y sociales. 

De los 0 a los 7 años, el ser humano está biológicamente programado para que de forma inconsciente, sin cuestionamientos, se apropie de esta información que le garantiza la supervivencia en términos de inclusión al clan. Pasados los 7 años, esta mente inconsciente va a regular el 95 % de nuestro accionar, y si no tomamos conciencia, difícilmente podamos generar cambios. Lo justo, lo injusto, lo bueno y lo malo será clasificado según este pasado vincular.

Durante la pandemia, también he acompañado a mujeres que se sentían menos profesionales por hacer su trabajo desde casa. Muy a pesar de que disponían de un lugar y un margen de horario estipulado para realizar sus actividad. Su molde neurológico planteaba que, "para ser una profesional debían de trabajar fuera". 

A nivel neurológico, cada creencia se va a materializar en un recorrido neurológico que nos permita una inmediata evaluación de la experiencia y una rápida re-acción. (En este punto digo re-acción, y no toma de decisión, porque dudosamente desarrollemos comportarnos racionales si no cuestionamos nuestros sesgos cognitivos y su vigencia). El conjunto de los mismos se denomina molde neurológico y todo lo que no “entre” dentro de nuestros marcos o moldes de referencia, va a ser frecuentemente  ignorado por no contar con la cualidad de “certero” provista por el entramado vincular.

Si bien en gran medida, no probar cosas nuevas nos permite vivir dentro de una zona conocida, también nos aleja de poder conectar con nueva formas y soluciones que nos saquen de espacios de estancamiento. Si nuestra felicidad está “modelada” neurológicamente, todo aquello que no se corresponda con nuestras expectativas, nos generará infelicidad, y en tanto y en cuanto no estemos permeables a cuestionarnos, muy posiblemente, los giros novedosos no sean tenidos en cuenta .  Ahora entendés que tu  supervivencia no depende sostener determinadas convicciones, ya no es necesario pertenecer para sobrevivir.

¡Amigate con otras miradas, probá cosas nuevas, aceptá las diferencias!

Abrazá la realidad, es una oportunidad para encontrar otras formas de ser y estar en esta tierra.

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